Hace justo un año que empecé a odiar el mes de marzo. Un año ha pasado desde que la vida decidió ponernos a prueba y examinar nuestra fuerza y coraje, un año que mi corazón se puso en estado de alarma.
El estado de alarma es declarado por el gobierno mediante decreto acordado en consejo de Ministros por un plazo máximo de 15 días, dando cuenta al Congreso de los Diputados, reunido inmediatamente al efecto y sin cuya autorización no podrá ser prorrogado dicho plazo, y establecerá el alcance y condiciones vigentes durante la prórroga.
La falta de tiempo es una de las quejas más escuchadas. ¿Quién no ha oído alguna vez aquello de «que el tiempo es oro«?. Hay veces que consideramos que esto es una exageración. La necesidad de pasar tiempo en familia nace por el deseo de compartir experiencias enriquecedoras con las personas que amas.
Es una época en la que la crianza de los hijos, por razones mayores, se delega a menudo a otras figuras. El coronavirus obliga a cerrar colegios, nos fuerza a buscar soluciones alternativas. Nos obliga a volver a ser familia.
Este virus nos quita la verdadera cercanía, la real: Que nadie se toque, se bese, se abrace, todo se debe hacer a distancia, en la frialdad de la ausencia del contacto. ¿Cuánto hemos dado por descontado estos gestos y su significado?
Disfrutemos del tiempo en familia y con música, la música que no falte nunca. Valoremos cada uno de los pequeños detalles, aquéllos que echamos en falta al menos una vez al año. El estado de alarma ha sido decretado por un plazo máximo de 15 días. El estado de alarma en mi corazón seguirá para siempre.
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