El sol refleja la calzada lo justo para poder vislumbrar las siluetas de los que arrancan el día de forma temprana. El ruido de los coches inunda la ciudad en uno de esos días que pasarán a la historia y no de alegría precisamente. Sin embargo, todo parece normal. Las personas pasean, acuden a sus puestos de trabajos o hacen cola para comprar el pan. Actos cotidianos que dejaron de serlo a partir del pasado marzo.
Hemos leído y releído estos meses cómo el virus ha cambiado el mundo y la vida tal y como la conocíamos. El virus nos ha obligado a continuar con todo y con nada al mismo tiempo, a fingir que nos encontramos cómodos en la ‘nueva normalidad’ para demostrar que estamos mejor en la calle que en casa, haciendo como si nada hubiese ocurrido. Que se lo digan a los cientos o miles de ciudadanos granadinos que desde este martes 10 de noviembre no podrán subir la persiana de su negocio. Esos sí que no están para fingir.
La situación sanitaria y hospitalaria de Granada ha obligado al cierre de las actividades catalogadas como no esenciales. Pero, ¿qué se considera como no esencial? ¿Trabajar no es esencial? ¿Llevar dinero a casa no es esencial? Sea como sea, diversos locales ya se consideran como no esenciales desde ya, aunque parecen mostrarse como una mínima parte. Las calles albergan todo tipo de establecimientos que han levantado la persiana como ya hacían antes de marzo.
Tiendas de alimentación, farmacias, kioskos de prensa, librerías, academias… Todo abierto. Por el contrario, es imposible no pararse perplejo en algunos lugares. Las piernas me llevan hasta la Plaza Bibrambla, punto emblemático del centro granadino donde los haya, de cierta jarana en momentos festivos. Ahora el silencio protagoniza su estampa, coronada por los tempraneros adornos y luces de Navidad. Todas las cafeterías y bares que la rodean permanecen cerrados, con todas las mesas apiladas en sus respectivas terrazas, sabedores de que el futuro se ennegrece con el paso de los días… Espera, ¡hay un local abierto!
Se trata del único establecimiento con la puerta abierta y con luz en su interior con el que me he topado esta mañana tras llevarme una veintena de desilusiones. ¿El milagro que estábamos esperando? «¿Abrís hoy?», le espeto a uno de los responsables. Pues no, no hay milagro. Me responde con una mirada seria que me hace comprender todo. Al parecer, las labores de limpieza y puesta a punto del local no se detienen ni con la prohibición del servicio. Ya no queda nada donde siempre había ‘guiris’ y churros con chocolate.
Quedarse en casa
Principalmente, la hostelería y la restauración son los ámbitos productivos más damnificados por las restricciones. Ninguno de sus establecimientos pueden acoger público desde este martes en sus instalaciones. Prácticamente, ninguno puede abrir. Las únicas excepciones son aquellos que han decidido repartir comida a domicilio en lugar de servir en mesa o barra. Así, en cada calle y en cada esquina encontramos un local cerrado frente a la aparente normalidad del resto.
También se encuentran con el mismo impedimento los salones de juego y apuestas, los centros deportivos o los gimnasios que no disponen de instalaciones al aire libre. De seguir así, sin presentar ninguna mejoría en lo sanitario, pronto les llegará el cierre obligado a los que hoy sí pueden abrir. Por tanto, quizá debamos como sociedad dejar de fingir en la calle para asegurarnos el mañana desde casa. Con responsabilidad y con el objetivo de borrarle ese maldito apellido a ‘normalidad’. Por todos aquellos que hoy se ven obligados a no trabajar.
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